En el desarrollo de una extrovertida escena, la siempre loca habitando el patio de no sé donde, bailaba con frenesí cualquier ritmo que se le pusiese por delante: desde el más pachanguero tucutú hasta aquellos lentos que alguna vez pidieron volver, pero que solo en eso se quedaron.
Comía torta y dulces varios a destajo, jactándose secretamente de las miles de horas que pasaba subiendo los brazos y moviendo las almohadillas de su trasero en una máquina que simulaba un camino con destino esquivo, pero con final cronometrado computacionalmente.
Fumaba del tabaco que ambos compraron en una cadena de transnacionales, cercana a una selva de cuadrados que evocan el infinito cada vez que los miras, por ahí cerca de donde Bob el Constructor compra las reservas del día.
En realidad, la locura desatada completamente esa noche (y puedo dar fe de ello) tuvo su punto álgido en dos situaciones acaecidas durante aquella nocturnamatutina velada: unas llamaradas impregnadas de manjar de 38 grados (o más bien 38 cumpletantos) y un revuelta de tripas por creer que su humana existencia permitíale una mezcla casi aberrante de sabores de los más diversos palpares des-pupilosos.
Al final, el paupérrimo resultado fue una estruendosa Carrá comentándole (o más bien exigiéndole) que el amor SE DEBÍA hacer bien en el sur, que los globos pantaloneses NO SIRVEN si lo que quieres es hacer piruetas algo extraordinarias para dejar a la gente en estado de shock extremo, que definitivamente los humanoides somos una raza intraterrestre extremadamente concreta y politicamente gozadora (y que ella, por supuesto, resulta ser un espécimen totalmente promotor de dicha característica) y que en la vida cuando se te cuelga el chiquillo amoroso (hermano de dicho personaje Tapsinesco que hizo algunas apariciones en TV) hay que apretarlo bien fuerte contra uno, bailar un tango sensualmente presuroso junto a èl y sentir -discretalocaticamente- la dicha de ser una loca-enamorada-glotona-alharaca-original y profundamente bendecida por ese ser que plántase día a día en algún lugar, mirando tu actuares y brindando por la gracia de permitirle mostrarte que lo mejor de la vida está a centímetros de ti.