Nadaba perpleja y sin esperar nada de la espera. Corría finales de octubre y el sol marcaba ya el paso andante de los viajeros citadinos cansados del calor que habíase vuelto sofocante producto del extremo cemento reinante.
Llegado finales de diciembre, su nadar inesperante cambió rotúndamente de dirección y en la piscina llena de sombríos recuerdos, apareció una tarde en la cual sus ojos derramaban lágrimas de impotencia y rabia, un sol fulgurante que brotó desde lo más impensado para hacerse presente en aquellas aguas.
Nadando estos tiempos ya llegado el mes de los colores violáceos y verdosos, se encuentra la siempre loca de patio, algo más crecida y marcada por los pataleos constantes de su nadar perpetuo -antes en aguas grisáseas-hoy celestinas-, cercana a la paz equilibrante de la espera-no-esperada que llegó a su manicomio personal, para mostrarse con rostro bigotudo y cabellos tiesos, reflejando la apacigüidad del complemento más acomplementado que existe y que con su sonrisa de lluvioso y tibio atardecer logró volverse el más amado de sus pataleos que nadando pudo solamente aparecer...
Llegado finales de diciembre, su nadar inesperante cambió rotúndamente de dirección y en la piscina llena de sombríos recuerdos, apareció una tarde en la cual sus ojos derramaban lágrimas de impotencia y rabia, un sol fulgurante que brotó desde lo más impensado para hacerse presente en aquellas aguas.
Nadando estos tiempos ya llegado el mes de los colores violáceos y verdosos, se encuentra la siempre loca de patio, algo más crecida y marcada por los pataleos constantes de su nadar perpetuo -antes en aguas grisáseas-hoy celestinas-, cercana a la paz equilibrante de la espera-no-esperada que llegó a su manicomio personal, para mostrarse con rostro bigotudo y cabellos tiesos, reflejando la apacigüidad del complemento más acomplementado que existe y que con su sonrisa de lluvioso y tibio atardecer logró volverse el más amado de sus pataleos que nadando pudo solamente aparecer...






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