...(())...(())...

     -Siempre me sospeche que acabarías acostándote con él -dijo Oliveira.
       La Maga tapó a su hijo que berreaba un poco menos, y se frotó las manos con un algodón.
      -Por favor laváte las manos como Dios manda -dijo Oliveira-. Y sacá toda esa porquería de ahí.
      -En seguida -dijo la Maga. Oliveira aguantó su mirada (lo que siempre le costaba bastante) y la Maga trajo un diario, lo abrió sobre la cama, metió los algodones, hizo un paquete y salió de la pieza para ir a tirarlo al water del rellano. Cuando volvió, con las manos rojas y brillantes, Oliveira le alcanzó su mate. Se sentó en el sillón bajo, chupó aplicadamente. Siempre estropeaba el mate, tirando de un lado y del otro la bombilla, revolviéndola como si estuviera haciendo polenta.
      -En fin- dijo Oliveira, sacando el humo por la nariz-. De todos modos me podían haber avisado. Ahora voy a tener seiscientos francos de taxi para llevarme mis cosas a otro lado. Y conseguir una pieza, que no es fácil en esta época.
      -No tenés por qué irte -dijo la Maga-. ¿Hasta cuándo vas a seguir imaginando falsedades?
      -Imaginando falsedades -dijo Oliveira-. Hablás como en los diálogos de las mejores novelas rioplatenses. Ahora solamente te falta reírte con todas las vísceras de mi grotesquería sin pareja, y la rematás fenómeno.
      -Ya no llora más -dijo la Maga, mirando hacia la cama-. Hablemos bajo, va a dormir muy bien con la aspirina. Yo no me he acostado para nada con Gregorovius.
      -Oh sí que te has acostado.
     -No, Horacio. ¿Por qué no te iba a decir? Desde que te conocí no he tenido otro amante que vos. No me importa si lo digo mal y te hacen reír mis palabras. Yo hablo como puedo, no sé decir lo que siento.
      -Bueno, bueno -dijo aburrido Oliveira, alcanzándole otro mate-. Será que tu hijo te cambia, entonces. Desde hace días estás convertida en lo que se llama una madre.
      -Pero Rocamadour está enfermo.
    -Más bien - dijo Oliveira-. Qué querés, a mi los cambios me parecieron en otro orden. En realidad ya no nos aguantamos demasiado.
      -Vos sos el que no me aguanta. Vos sos el que no aguantás a Rocamadour.
      -Eso es cierto, el chico no entraba en mis cálculos. Tres es mal número dentro de una pieza. Pensar que con Ossip ya somos cuatro, es insoportable.
      -Ossip no tiene nada que ver.
    -Si calentaras la pavita -dijo Oliveira.
      -No tiene nada que ver -repitió la Maga-. ¿Por qué me hacés sufrir, bobo? Ya sé que estás cansado, que no me querés más. Nunca me quisiste, era otra cosa una manera de soñar. Andate, Horacio, no tenés por qué quedarte. A mi ya me ha pasado tantas veces... Miró hacia la cama. Rocamadour dormía.
      -Tantas veces -dijo Oliveira, cambiando la yerba-. Para la autobiografía sentimental sos de una franqueza admirable. Que lo diga Ossip. Conocerte y oír enseguida la historia del negro es todo uno.
      -Tengo que decirlo, vos no comprendés.
      -No lo comprenderé, pero es fatal.
      -Yo creo que tengo que decirlo aunque sea fatal. Es justo que uno le diga a un hombre como ha vivido, si lo quiere. Hablo de vos, no de Ossip. Vos me podías contar o no de tus amigas, pero tenía que decirte todo. Sabés, es la única manera de hacerlos irse antes de empezar a querer a otro hombre, la única manera de que pasen al otro lado de la puerta y nos dejen a los dos solos en la pieza.
     -Una especie de ceremonia expiatoria, y por qué no propiciatoria. Primero el negro.
     -Sí -dijo la Maga, mirándolo-. Primero el negro. Después Ledesma.
     -Después Ledesma, claro.
     -Y los tres del callejón, la noche de carnaval.
     -Por delante -dijo Oliveira, cebando el mate.
     -Y monsieur Vincent, el hermano del hotelero.
     -Por detrás.
     -Y un soldado que lloraba en un parque..
     -Por delante.
     -Y vos. 
     -Por detrás. Pero eso de ponerme a mi en la lista estando yo presente es como una confirmación de mis lúgubres premoniciones. En realidad la lista completa se la habrás tenido que recitar a Gregorovius.
      La Maga revolvía la bombilla. Había agachado la cabeza y todo el pelo le cayó de golpe sobre la cara, borrando la expresión que Oliveira había espiado con aire indiferente.

        Después fuiste la amiguita
        de un viejo boticario,
        y el hijo de un comisario
        todo el vento te sacó...

      Oliveira canturreaba el tango. La Maga chupó la bombilla y se encogió de hombros, sin mirarlo. -Pobrecita-, pensó Oliveira. Le tiró un manotón al pelo, echándoselo para atrás brutalmente como si corriera una cortina. La bombilla hizo ruido seco entre los dientes.
      -Es casi como si me hubieras pegado -dijo la Maga, tocándose la boca con los dedos que temblaban-. A mi no me importa, pero...
      -Por suerte te importa -dijo Oliveira-.. Si no me estuvieras mirando así te despreciaría. Sos maravillosa, con Rocamadour y todo.
      -De qué me sirve que me digas eso.
       -A mi me sirve.
      -Si, a vos te sirve. A vos todo te sirve para lo que andás buscando.
      -Querida -dijo gentilmente Oliveira-, las lágrimas estropean el gusto de la yerba, es sabido.
      -A lo mejor también te sirve que yo llore.
      -Si, en la medida en que me reconozco culpable.
      -Andáte, Horacio, va a ser lo mejor.
      -Probablemente. Fijáte, de todas maneras, que si me voy ahora cometo algo que se parece casi al heroísmo, es decir que te dejo solo, sin plata y con tu hijo enfermo.
      -Sí -dijo la Maga sonriendo homéricamente entre lágrimas-. Es casi heroico, cierto.
      -Y como disto de ser un héroe, me parece mejor quedarme hasta que sepamos a qué atenernos, como dice mi hermano con su bello estilo.
      -Entonces quedáte.
      -¿Pero vos comprendés cómo y por qué renuncio a ese heroísmo?
      -Si, claro.
      -A ver, explicá por qué no me voy.
      -No te vas porque sos bastante burgués y tomás en cuenta que pensarían Ronald y Babs y los otros amigos.
      -Exacto. Es bueno que veas que vos no tenés nada que ver en mi decisión. No me quedo por solidaridad ni por lástima ni porque hay que darle la mamadera a Rocamadour. Y mucho menos porque vos y yo tengamos todavía algo en común.
      -Sos tan cómico a veces -dijo la Maga.<
      -Por supuesto -dijo Oliveira-. Bob Hope es una mierda al lado mío.
      -Cuando decís que ya no tenemos nada en común, ponés la boca de una manera...
      -Un poco así, ¿verdad?
      -Si, es increíble(...)


...```````````````...````````````````````..````````...

Capítulo 20. (Fragmento)
JC














I don't know

...entre las hojas miran...









Adverbiosa: resultado de la locura investigativa de CL

Acabo de terminar, luego de muchas lecturas, análisis y divagaciones mi presentación sobre comprensión lectora para SM. Qué difícil es tratar de plasmar en unas cuantas diapositivas el conocimiento empírico, teórico y práctico adquirido por años. Es más, en instancias como esta, te das cuenta que de tanto que crees saber, nada sabes. En realidad, la sabiduría y el conocimiento son tan efímeros, tan cambiantes y tan vagos que, de un momento a otro, eso que creías tan conocido se hace a la luz tan desconocido, tan complicado, se desvanece como se va la mañana, y aunque ahora está ahí, en un segundo ya no lo está.

El lenguaje es tan complicadamente extraordinario de entender y explicar, lo mismo que las relaciones humanas en general. Empero, estas últimas, son tan subjetivamente imcomprensibles que, al final la analogía no tiene ni pies ni cabeza.

En fin, Isabel Solé me volvió loca, no sé si más o menos loca que siempre, pero con mi competencia literaria totalmente embrollada.

Esperemos que mañana en la exposición que debo hacer allá en la editorial todo salga bien no mah'. Por ahí alguien me dijo: no seas tan perfeccionista, explícalo como sabes, como me lo estás diciendo. Bueno, y he ahí el problema, es que de silenciar ya no sé como explicar lo que quiero y siento... al decir. 

¡Qué manera de usar adverbios,eso demuestra lo rallada que quedè con esta custione' de investigación!


















Eso... simplemente eso. Although it does not matter...

(Des-tiempo)

2.45 AM: se despierta exaltada por un sueño que, más que soñar, le significó un cúmulo de moquilleos adormilados.
4.00 AM: no puede dormir. Llega al extremo de permitir a las ovejas aparecer en una nube, saltando felices en un corral. Esquizoide situación, al borde de la penumbra.

10.30 AM: un mensaje al moderno-saca-foto-recibe-llamadas. ¡La hora pasó volando y el encuentro era a las 11.30! Llama, lo atrasa. 
10.40 AM: embrollo de pares y ancianidades. Puteadas para el mundo, recordando hasta al hombre prehistórico que alguna vez escuchó en los libros de Historia.
11.00 AM: pena mezclada con rabia.
11.05 AM: resignación y calma. Gotitas de flores en las pupilas gustativas. 

12.00 PM: Mandarina en el médico de bicicletas, reclamo cicletero por no pasear todos los días.
12.15 PM: Freddy girasolina al volante. Canción del momento: "Ayer" de Santos Dumont.
13.00 PM: Llegada al parque. Linda rucia esperando junto con un canil café con leche.
13.05 PM a 15.30 PM: cháchara y más cháchara. Se esclarecen ideas, se dejan volar y aparecer los pensamiento y la lluvia personal. Por un momento confusión. Agradecimiento, se suelta el nudo. Nada se comprende, menos el vuelo.
15.45 PM: pedaleo amigoso. Nenas en Mandi, una al volante, otra emparrillada. De pronto una casa, "no sí, no". Zigzagueo y cuasi caída. Algo tan normal en esta ensoñadora cicletada.
15.50 PM: abrazo, despedida. Fotos típicas. "Estoy gorda, el pelo raro. No, mejor que no".
15.55 a 16.30: vuelta. Hacer consciente lo conversado. Extrañando a morir aquello. ¡Mierda, mierda, carajo! Momento de odio, segundos. Gracias, gracias, gracias.

16.40 PM: nada, hay nada...si lo hay... 난 널 사랑해






















Y si estás limpiando tu cerebro, borrando historias y olvidando... ¿para qué sigues entrando a este lugar, mi hogar virtual?

La jardinera



Para olvidarme de ti, 
Voy a cultivar la tierra, 
En ella espero encontrar, 
Remedio para mi pena. 
Aquí plantaré el rosal, 
De las espinas más gruesas, 
Tendré lista la corona, 
Para cuando en mi te mueras. 

Para mi tristeza violeta azul, 
Clavelina roja pa' mi pasión, 
Y para saber si me corresponde, 
Deshojo un blanco manzanillón. 
Si me quiere mucho, poquito o nada, 
Tranquilo queda mi corazón. 

Creciendo irá poco a poco, 
Los alegres pensamientos, 
Cuando ya estén florecidos, 
Irán lejos tu recuerdos. 
De la flor de la amapola, 
Seré su mejor amiga, 
La pondré bajo la almohada, 
Para dormirme tranquila. 


Para mi tristeza violeta azul, 
Clavelina roja pa' mi pasión, 
Y para saber si me corresponde, 
Deshojo un blanco manzanillón. 
Si me quiere mucho, poquito o nada, 
Tranquilo queda mi corazón. 

Manojo de llaves perdido

Al caminar, tapado en sueños, encontró un manojo de llaves que permitía abrir el infinito. Algo así como un juego de rayuela al más allá. Abrió la puerta (con-mucho-cuidado) y lo que encontró dejó sus ojos bajo un efecto fulgurante. Dicotomía diacrónica.

Con el paso de los días, el manojo de llaves desapareció de la nada. Los buscó entre las piedras, por sobre los ríos y en algún sitio de su casa bosqueada. Pero no, ya no estaba. Pena cronopiana, mezclada con alegría alloronada.

De tanto buscar, una tarde, decidió que ya no podía permitirse parir el tiempo como un des-tiempo. Fue así como optó por adentrarse en el camino siguiente, dar gracias por lo vivido y comenzar un nuevo sendero, con nuevas hojas... bajo un cielo paralelo.


el viento hará brillar 
las llaves de una puerta que ya esta 
abierta de par en par... 

.

A Oliveira le gustaba hacer el amor con la Maga porque nada podía ser más importante para ella y al mismo tiempo, de una manera difícilmente comprensible, estaba como por debajo de su placer, se alcanzaba en él un momento y por eso se adhería desesperadamente y lo prolongaba, era como un despertar y conocer su verdadero nombre, y después recaía en una zona siempre un poco crepuscular que encantaba a Oliveira temeroso de perfecciones, pero la Maga sufría de verdad cuando regresaba a sus recuerdos y a todo lo que oscuramente necesitaba pensar y no podía pensar, entonces había que besarla profundamente, incitarla a nuevos juegos, y la otra, la reconciliada, crecía debajo de él y lo arrebataba, se daba entonces como una bestia frenética, los ojos perdidos y las manos torcidas hacia adentro, mítica y atroz como una estatua rodando por una montaña, arrancando el tiempo con las uñas, entre hipos y un ronquido quejumbroso que duraba interminablemente. Una noche le clavó los dientes, le mordió el hombro hasta sacarle sangre porque él se dejaba ir de lado, un poco perdido ya, y hubo un confuso pacto sin palabras, Oliveira sintió como si la Maga esperara de él la muerte, algo en ella que no era su yo despierto, una oscura forma reclamando una aniquilación, la lenta cuchillada boca arriba que rompe las estrellas de la noche y devuelve el espacio a las preguntas y a los terrores. Sólo esa vez, descentrado como un matador mítico para quien matar es devolver el toro al mar y el mar al cielo, vejó a la Maga en una larga noche de la que poco hablaron luego, la hizo Pasifae, la dobló y la usó como un adolescente, la conoció y le exigió las servidumbres de la más triste puta, la magnificó a constelación, la tuvo entre los brazos oliendo a sangre, le hizo beber el semen que corre por la boca como desafío al Logos, le chupó la sombra del vientre y de la grupa y se la alzó hasta la cara para untarla de sí misma en esa última operación de conocimiento que sólo el hombre puede dar a la mujer, la exasperó con piel y pelo y baba y quejas, la vació hasta lo último de su fuerza magnífica, la tiró contra una almohada y la sábana y la sintió llorar de felicidad contra su cara que un nuevo cigarrillo devolvía a la noche del cuarto y del hotel.

Más tarde a Oliveira le preocupó que ella se creyera colmada, que los juegos buscaran ascender a sacrificio. Temía sobre todo la forma más sutil de la gratitud que se vuelve cariño canino; no quería que la libertad, única ropa que le caía bien a la Maga, se perdiera en una feminidad diligente. Se tranquilizó porque la vuelta de la Maga al plano del café negro y la visita al bidé se vio señalada por la recaída en la peor de las confusiones,maltratada de absoluto durante esa noche, abierta a una porosidad de espacio que late y se expande, sus primeras palabras de este lado tenían que azotarla como látigos, y su vuelta al borde de la cama, imagen de una consternación progresiva que busca neutralizarse con sonrisas y una vaga esperanza, dejó particularmente satisfecho a Oliveira. Puesto que no la amaba, puesto que el deseo cesaría (porque no la amaba, y el deseo cesaría), evitar como la peste toda sacralización de los juegos. Durante días, durante semanas, durante algunos meses, cada cuarto de hotel y cada plaza, cada postura amorosa y cada amanecer en un café de los mercados: circo feroz, operación sutil y balance lúcido. Se llegó así a saber que la Maga esperaba verdaderamente que Horacio la matara, y que esa muerte debía ser de fénix, el ingreso al concilio de los filósofos, es decir a las charlas del Club de la Serpiente: la Maga quería aprender, quería ins-truir-se. 

Horacio era exaltado, llamado, concitado a la función del sacrificador lustral, y puesto que casi nunca se alcanzaban porque en pleno diálogo eran tan distintos y andaban por tan opuestas cosas (y eso ella lo sabía, lo comprendía muy bien), entonces la única posibilidad de encuentro estaba en que Horacio la matara en el amor donde ella podía conseguir encontrarse con él, en el cielo de los cuartos de hotel se enfrentaban iguales y desnudos y allí podía consumarse la resurrección del fénix después que él la hubiera estrangulado deliciosamente, dejándole caer un hilo de baba en la boca abierta, mirándola extático como si empezara a reconocerla, a hacerla de verdad suya, a traerla de su lado.


Capítulo 5 (Fragmento)
JC

OoOoOoOOoOoOoOoOoOOoOoOoOoOOoOoOoOooooOo





























eso, un hilo de  alguna cosa...

...(...)...(...)...(...)...(...)

 Hay ríos metafísicos. Sí, querida, claro. Y vos estarás cuidando a tu hijo, llorando de a ratos, y aquí ya es otro día y un solo amarillo que no calienta. J`habite à Saint-Germain-des-Prés, et chaque soir j’ai rendez-vous avec Verlaine. / Ce gros pierrot n`a pas changé, et pour ocurrir le guilledou... Por veinte francos en la ranura Leo Ferré te canta sus amores, o Gilbert Bécaud, o Guy Béart. Allá en mi tierra: Si quiere ver la vida color de rosa / Eche veinte centavos en la ranura... A lo mejor encendiste la radio (el alquiler vence el lunes que viene, tendré que avisarte) y escuchás música de cámara, probablemente Mozart, o has puesto un disco muy bajo para no despertar a Rocamadour. Y me parece que no te das demasiado cuenta de que Rocamadour está muy enfermo, terriblemente débil y enfermo, y que lo cuidarían mejor en el hospital. Pero ya no te puedo hablar de esas cosas, digamos que todo se acabó y que yo ando por ahí vagando, dando vueltas, buscando el norte, el sur, si es que lo busco. Si es que lo busco. Pero si no lo buscara, ¿qué es esto? Oh mi amor, te extraño, me dolés en la piel, en la garganta, cada vez que respiro es como si el vacío me entrara en el pecho donde ya no estás.
Toi dice Crevel toujours prèt à grimper les cinq étages des pythonisses faubouriennes, qui ouvrent grandes les portes du futur...

    Y por que no, por qué no había de buscar a la Maga, tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, el arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y oliva que flota sobre el río que dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, nos íbamos por ahí a la caza de sombras, a comer papas fritas al Faubourg St. Denis, a besarnos junto a las barcazas del canal Saint-Martin. Con ella yo sentía crecer un aire nuevo, los signos fabulosos del atardecer o esa manera como las cosas se dibujaban cuento estábamos juntos y en las rejas de la Cour de Rohan los vagabundos se alzaban al reino medroso y alunado de los testigos y los jueces... Por qué no había de amar a la Maga y poseerla bajo decenas de cielos rasos a seiscientos francos, en camas con cobertores deshilachados y rancios, si en esa vertiginosa rayuela, en esa carrera de embolsados yo me reconocía y me nombraba, por fin y hasta cuándo salido del tiempo y sus jaulas con monos y etiquetas, de sus vitrinas Omega Electron Girard Perregaud Vacheron & Constantain marcando las horas y los minutos de las sacrosantas obligaciones castradoras, en un aire donde las últimas ataduras iban cayendo y el placer era espejo de reconciliación, espejo para alondras pero espejo, algo como un sacramento de ser a ser, danza en torno al arca, avance del sueño boca contra boca, a veces sin desligarnos, los sexos unidos y tibios, los brazos como guías vegetales, las manos acariciando aplicadamente un muslo, un cuello...
Tu t`accorches à des histories dice Crevel. Tu ètreins des mots...

No, viejo, eso se hace más bien del otro lado del mar, que no conocés. Hace rato que no me acuesto con las palabras. Las sigo usando, como vos y como todos pero las cepillo muchísimo antes de ponérmelas.

Capítulo 21. (Fragmento)
JC

G********************************************************a***********************************************************H


































¿Existirá algùn rincón en el universo donde las imposibilidades de tanto no ser posibles se vuelvan palpables? I don't know, I don't know, I don't know, I don't know, I don't know, I don't know, I don't know, I don't know, I don't kno, I don't kn, I don't k, I don't, I don', I don, I do, I d, I, ...

(...)...(...)

Le habló de todo eso a la Maga, que se había despertado y se acurrucaba contra él maullando soñolienta. La Maga abrió los ojos, se quedó pensando.
Vos no podrías dijo. Vos pensás demasiado antes de hacer nada.



Parto del principio de que la reflexión debe preceder a la acción, bobalina.

Partís del principio dijo la Maga. Qué complicado. Vos sos como un testigo, sos el que va al museo y mira los cuadros. Quiero decir que los cuadros están ahí y vos en el museo, cerca y lejos al mismo tiempo. Yo soy un cuadro, Rocamadour es un cuadro. Etienne es un cuadro, esta pieza es un cuadro. Vos creés que estás en esta pieza pero no estás. Vos estás mirando la pieza, no estás en la pieza.



Esta chica lo dejaría verde a Santo Tomás -dijo Oliveira.

¿Por qué Santo Tomás? dijo la Maga. ¿Ese idiota que quería ver para creer?



Sí, querida dijo Oliveira, pensando que en el fondo la Maga había embocado el verdadero santo. Feliz de ella que podía creer sin ver, que formaba cuerpo con la duración, el continuo de la vida. Feliz de ella que estaba dentro de la pieza, que tenía derecho de ciudad en todo lo que tocaba y convivía, pez río abajo, hoja en el árbol, nube en el cielo, imagen en el poema. Pez, hoja, nube, imagen: exactamente eso, a menos que...

Capítulo 3 (Fragmento)
JC

ooooooooooooOOOOOOOOOOOOOOOooooooooooooooOOOOOOOOOOOO

















Mi relectura de Rayuela se resume en un par de cosas:

Uno. Odio leer en el computador, pero es la opción de la vida o por lo menos lo que hay.

Dos. Me siento una idiota dando curso a una pseudo-historia que solo tiene un cara lunar, pues así como se han dado las cosas, el tiempo va acrecentando mi hipótesis que desde a otra orilla nunca se divisó la inmensidad del mar.

Tres. Tengo el pecho y el corazón apretados porque de Loca de Patio pasé a sentirme parte de este discurso narrativo tan perfectamente creado.

Cuatro. Hoy es 1 o 31 (depende de la lupa que se utilice) y por fin estas situaciones, venidas y reprimidas, ocultas celosamente en esa musculatura con tamaño manual, pudieron, aunque por unos breves minutos, salir al exterior en forma de goterones invernales.

Cinco. Tontamente dije que me sentaría a mirar el horizonte por un mes, de manera de esperar tranquilamente la consecución, aclaración o por lo menos un... pero creo que después de todo, soy la única que llegó a pensar en esto. La acción - reacción en este caso era algo que no debía ser esperada, porque de todas las cosas del mundo, la menos prioritaria era yo, llegando a ser incluso tan fácil cerrar - volar - meter - sacar - burlarse - liberarse - en"semen"tar. Por lo tanto, y como dice la canción: ... y aunque no lo quiera, ¿qué duda cabe ya? Este mundo va...


Seis.... ya no hay seis...

...

Crevel desconfía y lo comprendo. Entre la Maga y yo crece un cañaveral de palabras, apenas nos separan unas horas y unas cuadras y ya mi pena se llama pena, mi amor se llama mi amor... Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose solapados a la cosa en sí, al presente puro, entristeciéndonos o aleccionándonos vicariamente hasta que el propio ser se vuelve vicario, la cara que mira hacia atrás abre grandes los ojos, la verdadera cara se borra poco a poco como en las viejas fotos y Jano es de golpe cualquiera de nosotros. Todo esto se lo voy diciendo a Crevel pero es con la Maga que hablo, ahora que estamos tan lejos. Y no le hablo con las palabras que sólo han servido para no entendernos, ahora que ya es tarde empiezo a elegir otras, las de ella, las envueltas en eso que ella comprende y que no tiene nombre, auras y tensiones que crispan el aire entre dos cuerpos y llenan de polvo de oro una habitación o un verso. ¿Pero no hemos vivido así todo el tiempo, lacerándonos dulcemente? No, no hemos vivido así, ella hubiera querido pero una vez más yo volví a sentar el falso orden que disimula el caos, a fingir que me entregaba a una vida profunda de la que sólo tocaba el agua terrible con la punta de pie. Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impuso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es un orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en perjuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, déjame entrar, déjame ver algún día como ven tus ojos.

Capítulo 21, Rayuela
JC

_________________________oOOo___________________________oOOo__________


























Segundo encuentro con un tren

Por segunda vez en la vida, hoy, tuve un encuentro literalmente cercano con un tren. Por no más de 10 centrímetros, me salvé que mi cabeza volara al ser empujada por la locomotora, o en su defecto, por el Metro de Valparaíso mismo. Sepa usted que no fue ningún intento de irme de pronto volando hacia no sé dónde, sino simplemente las ganas de plasmar una situación en un foco óptico. 

Mis ojos cerrados, esperando el click (durante el último mes, esa cosita de los click ha marcado mi vida hasta decir basta) solo sentí la ráfaga de viento y un bocinazo tan fuerte que me hizo abrir los ojos. Cuando los abrí, no podía creer lo que estaba viendo: un tren a alta velocidad pasando al lado de mi cabeza, a menos de una mano cerrada. Un amigo moreno que de pronto se volvió blanco y yo, estupefacta un par de segundos y luego con tiritones y un miedo que no puedo explicar, sensación tan similarmente tétrica como hace años atrás, cuando también por un bocinazo, esta loca de patio se salvó de un tren.


Mi-tú-Rayuela

¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.
Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sebastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pinto o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allá lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkiria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu'en hiver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movió, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos.

¿Qué venía yo a hacer al Pont des Arts? Me parece que ese jueves de diciembre tenía pensado cruzar a la villa derecha y beber vino en el cafecito de la rue des Lombards donde madame Leonie me mira la palma de la mano y me anuncia viajes y sorpresas. Nunca te llevé a que madame Leonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro. De manera que nunca te llevé a que madame Leonie, Maga; y sí, porque me lo dijiste, que a vos no te gustaba que yo te viese entrar en la pequeña librería de la rue de Verneuil, donde un anciano agobiado haca miles de fichas y sabe todo lo que puede saberse sobre historiografía. Ibas allá a jugar con un gato, y el viejo te dejaba entrar y no te hacía preguntas, contento de que a veces le alcanzaras algún libro de los estantes más altos. Y te calentabas en su estufa de gran caño negro y no te gustaba que yo supiera que ibas a ponerte al lado de esa estufa. Pero todo esto había que decirlo en su momento, solo que era difícil precisar el momento de una cosa, y aun ahora, acodado en el puente, viendo pasar una pinaza color borra vino, hermosísima como una gran cucaracha reluciente de limpieza, con una mujer de delantal blanco que colgaba ropa en un alambre de la proa, mirando sus ventanillas pintadas de verde con cortinas Hansel y Gretel, aun ahora, Maga, me preguntaba si este rodeo tenía sentido, ya que para llegar a la rue des Lombards me hubiera convenido más cruzar el Pont Saint-Michel y el Pont au Change. Pero si hubieras estado ahí esa noche, como tantas otras veces, yo habría sabido que el rodeo tenía un sentido, y ahora en cambio envilecía mi fracaso llamándolo rodeo. Era cuestión, después de subirme el cuello de la canadiense, de seguir por los muelles hasta entrar en esa zona de grandes tiendas que se acaba en el Chatelet, pasar bajo la sombra violeta de la Tour Saint-Jacques y subir por mi calle pensando en que no te había encontrado y en madame Leonie.

Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven. Sé que salías de un café de la rue du Cherche-Midi y que nos hablamos. Esa tarde todo anduvo mal, porque mis costumbres argentinas me prohibían cruzar continuamente de una vereda a otra para mirar las cosas más insignificantes en las vitrinas apenas iluminadas de unas calles que ya no recuerdo. Entonces te seguía de mala gana, encontrándote petulante y malcriada, hasta que te cansaste de no estar cansada y nos metíamos en un café del Boul Mich y de golpe, entre dos medialunas, me contaste un gran pedazo de tu vida.

Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero, un Figari con violetas de anochecer, con caras lívidas, con hambre y golpes en los rincones. Más tarde te creí, más tarde hubo razones, hubo madame Leonie que mirándome la mano que había dormido con tus senos me repitió casi tus mismas palabras. "Ella sufre en alguna parte. Siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente el Pont des Arts." (Una pinaza color borra vino, Maga, y por qué no nos habremos ido en ella cuando todavía era tiempo.)

Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente. Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos, y entonces primero cosas como estrellas amarillas (moviéndose en una jalea de terciopelo), luego saltos rojos del humor y de las horas, ingreso paulatino en un mundo - Maga que era la torpeza y la confusión pero también helechos con la firma de la arena Klee, el circo Miró, los espejos de ceniza Vieira da Silva, un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil. Y entonces en esos días íbamos a los cine-clubs a ver películas mudas, porque yo con mi cultura, no es cierto, y vos pobrecita no entendías absolutamente nada de esa estridencia amarilla convulsa previa a tu nacimiento, esa emulsión estriada donde corrían los muertos; pero de repente pasaba por ahí Harold Lloyd y entonces te sacudías el agua del sueño y al final te convencías de que todo había estado muy bien, y que Pabst y que Fritz Lang. Me hartabas un poco con tu manía de perfección, con tus zapatos rotos, con tu negativa a aceptar lo aceptable. Comíamos hamburgers en el Carrefour de l'Odeon, y nos íbamos en bicicleta a Montparnasse, a cualquier hotel a cualquier almohada. Pero otras veces seguíamos hasta la Porte d'Orleans, conocíamos cada vez mejor la zona de terrenos baldíos que hay más allá del Boulevard Jourdan, donde a veces a medianoche se reunían los del club de la Serpiente pare hablar con un vidente ciego, paradoja estimulante. Dejábamos las bicicletas en la calle y nos internábamos de a poco, parándonos a mirar el cielo porque esa es una de las pocas zonas de París donde el cielo vale más que la sierra. Sentados en un montón de basuras fumábamos un rato, y la Maga me acariciaba el pelo o canturreaba melodías ni siquiera inventadas, melopeyas absurdas cortadas por suspiros o recuerdos. Yo aprovechaba para pensar en cosas inútiles, método que había empezado a practicar años atrás en un hospital y que cada vez me parecía más fecundo y necesario. Con un enorme esfuerzo, reuniendo imágenes auxiliares, pensando en olores y caras, conseguía extraer de la nada un par de zapatos marrones que había usado en Olavarría en 1940. Tenían tacos de goma, suelas muy fines, y cuando llovía me entraba el agua hasta el alma. Con ese par de zapatos en la mano del recuerdo, el resto venía solo: la cara de doña Manuela, por ejemplo, o el poeta Ernesto Morroni. Pero los rechazaba porque el juego consistía en recobrar tan solo lo insignificante, lo in ostentoso, lo perecido. Temblando de no ser capaz de acordarme, atacado por la polilla que propone la prórroga, imbécil a fuerza de besar el tiempo, terminaba por ver al lado de los zapatos una latita de Té Sol que mi madre me había dado en Buenos Aires. Y la cucharita pare el té, cuchara-ratonera donde las lauchitas negras se quemaban vivas en la taza de agua lanzando burbujas chirriantes. Convencido de que el recuerdo lo guarda todo y no solamente a las Albertinas y a las grandes efemérides del corazón y los rincones, me obstinaba en reconstruir el contenido de mi mesa de trabajo en Floresta, la cara de una muchacha irrecordable llamada Gekrepten, la cantidad de plumas cucharita que había en mi caja de útiles de quinto grado, y acababa temblando de tal manera y desesperándome (porque nunca he podido acordarme de esas plumas cucharita, sé que estaban en la caja de útiles, en un compartimiento especial, pero no me acuerdo de cuántas eran ni puedo precisar el momento justo en que debieron ser dos o seis), hasta que la Maga, besándome y echándome en la cara el humo del cigarrillo y su aliento caliente, me recobraba y nos reíamos, empezábamos a andar de nuevo entre los montones de basura en busca de los del club. Ya para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas. Con la Maga hablábamos de pata física hasta cansarnos, porque a ella también le ocurría (y nuestro encuentro era eso, y tantas cosas oscuras como el fósforo) caer de continuo en las excepciones, verse metida en casillas que no eran las de la gente, y esto sin despreciar a nadie, sin creernos Maldorores en liquidación ni Melmoths privilegiadamente errantes. No me parece que la luciérnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una de las maravillas más fenomenales de este circo, y sin embargo baste suponerle una conciencia para comprender que cada vez que se le encandila la barriguita el bicho de luz debe sentir como una cosquilla de privilegio. De la misma manera a la Maga le encantaban los líos inverosímiles en que andaba metida siempre por causa del fracaso de las leyes en su vida. Era de las que rompen los puentes con solo cruzarlos, o se acuerdan llorando a gritos de haber visto en una vitrina el décimo de lotería que acaba de ganar cinco millones. Por mi parte ya me había acostumbrado a que me pasaran cosas modestamente excepcionales, y no encontraba demasiado horrible que al entrar en un cuarto a oscuras para recoger un álbum de discos, sintiera bullir en la palma de la mano el cuerpo vivo de un ciempiés gigante que había elegido dormir en el lomo del álbum. Eso, y encontrar grandes pelusas grises o verdes dentro de un paquete de cigarrillos, u oír el silbato de una locomotora exactamente en el momento y el tono necesarios pare incorporarse ex oficio a un pasaje de una sinfonía de Ludwig Van, o entrar a una pissottière de la rue de Medicis y ver a un hombre que orinaba aplicadamente hasta el momento en que, apartándose de su comportamiento, giraba hacia mí y me mostraba, sosteniéndolo en la palma de la mano como un objeto litúrgico y precioso, un miembro de dimensiones y colores increíbles, y en el mismo instante darme cuenta de que ese hombre era exactamente igual a otro (aunque no era el otro) que veinticuatro horas antes, en la Salle de Géographie, había disertado sobre tótems y tabúes, y había mostrado público, sosteniéndolos preciosamente en la palma de la mano, bastoncillos de marfil, plumas de pájaro lira, monedas rituales, fósiles mágicos, estrellas de mar, pescados secos, fotografías de concubinas reales, ofrendas de cazadores, enormes escarabajos embalsamados que hacían temblar de asustada delicia a las infaltables señoras.

En fin, no es fácil hablar de la Maga que a esta hora anda seguramente por Belleville o Pantin, mirando aplicadamente el suelo hasta encontrar un pedazo de género rojo. Si no lo encuentra seguirá así toda la noche, revolverá en los tachos de basura, los ojos vidriosos, convencida de que algo horrible le va a ocurrir si no encuentra esa prenda de rescate, la señal del perdón o del aplazamiento. Sé lo que es eso porque también obedezco a esas señales, también hay veces en que me toca encontrar trapo rojo. Desde la infancia apenas se me cae algo al suelo tengo que levantarlo, sea lo que sea, porque si no lo hago va a ocurrir una desgracia, no a mí sino a alguien a quien amo y cuyo nombre empieza con la inicial del objeto caído. Lo peor es que nada puede contenerme cuando algo se me cae al suelo, ni tampoco vale que lo levante otro porque el maleficio obraría igual. He pasado muchas veces por loco a causa de esto y la verdad es que estoy loco cuando lo hago, cuando me precipito a juntar un lápiz o un trocito de papel que se me han ido de la mano, como la noche del terrón de azúcar en el restaurante de la rue Scribe, un restaurante bacán con montones de gerentes, putas de zorros plateados y matrimonios bien organizados. Estábamos con Ronald y Etienne, y a mí se me cayó un terrón de azúcar que fue a parar abajo de una mesa bastante lejos de la nuestra. Lo primero que me llamó la atención fue la forma en que el terrón se había alejado, porque en general los terrones de azúcar se plantan apenas tocan el suelo por razones paralelepípedas evidentes. Pero este se conducía como si fuera una bola de naftalina, lo cual aumentó mi aprensión, y llegué a creer que realmente me lo habían arrancado de la mano. Ronald, que me conoce, miró hacia donde había ido a parar el terrón y se empezó a reír. Eso me dio todavía más miedo, mezclado con rabia. Un mozo se acercó pensando que se me había caído algo precioso, una Parker o una dentadura postiza, y en realidad lo único que hacía era molestarme, entonces sin pedir permiso me tiré al suelo y empecé a buscar el terrón entre los zapatos de la gente que estaba llena de curiosidad creyendo (y con razón) que se trataba de algo importante. En la mesa había una gorda pelirroja, otra menos gorda pero igualmente putona, y dos gerentes o algo así. Lo primero que hice fue darme cuenta de que el terrón no estaba a la vista y eso que lo había visto saltar hasta los zapatos (que se movían inquietos como gallinas). Para peor el piso tenía alfombra, y aunque estaba asquerosa de usada el terrón se había escondido entre los pelos y no podía encontrarlo. El mozo se tiró del otro lado de la mesa y ya éramos dos cuadrúpedos moviéndonos entre los zapatos-gallina que allá arriba empezaban a cacarear como locas. El mozo seguía convencido de la Parker o el Luis de oro, y cuando estábamos bien metidos debajo de la mesa, en una especie de gran intimidad y penumbra y él me preguntó y yo le dije, puso una cara que era como para pulverizarla con un fijador, pero yo no tenía ganas de reír, el miedo me hacía una doble llave en la boca del estómago y al final me dio una verdadera desesperación (el mozo se había levantado furioso) y empecé a agarrar los zapatos de las mujeres y a mirar si debajo del arco de la suela no estaría agazapado el azúcar, y las gallinas cacareaban, los gallos gerentes me picoteaban el lomo, oía las carcajadas de Ronald y de Etienne mientras me movía de una mesa a otra hasta encontrar el azúcar escondido detrás de una pata Segundo Imperio. Y todo el mundo enfurecido, hasta yo con el azúcar apretado en la palma de la mano y sintiendo como se mezclaba con el sudor de la piel, como asquerosamente se deshacía en una especie de venganza pegajosa, esa clase de episodios todos los días.

Rayuela, capítulo I
JC
 
oOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO 

¿Recordarás en algún momento la mano en los espejos? o ¿ya la otra mano robó mis manos en la pared de espejos?

...(())...(())...

     -Siempre me sospeche que acabarías acostándote con él -dijo Oliveira.
       La Maga tapó a su hijo que berreaba un poco menos, y se frotó las manos con un algodón.
      -Por favor laváte las manos como Dios manda -dijo Oliveira-. Y sacá toda esa porquería de ahí.
      -En seguida -dijo la Maga. Oliveira aguantó su mirada (lo que siempre le costaba bastante) y la Maga trajo un diario, lo abrió sobre la cama, metió los algodones, hizo un paquete y salió de la pieza para ir a tirarlo al water del rellano. Cuando volvió, con las manos rojas y brillantes, Oliveira le alcanzó su mate. Se sentó en el sillón bajo, chupó aplicadamente. Siempre estropeaba el mate, tirando de un lado y del otro la bombilla, revolviéndola como si estuviera haciendo polenta.
      -En fin- dijo Oliveira, sacando el humo por la nariz-. De todos modos me podían haber avisado. Ahora voy a tener seiscientos francos de taxi para llevarme mis cosas a otro lado. Y conseguir una pieza, que no es fácil en esta época.
      -No tenés por qué irte -dijo la Maga-. ¿Hasta cuándo vas a seguir imaginando falsedades?
      -Imaginando falsedades -dijo Oliveira-. Hablás como en los diálogos de las mejores novelas rioplatenses. Ahora solamente te falta reírte con todas las vísceras de mi grotesquería sin pareja, y la rematás fenómeno.
      -Ya no llora más -dijo la Maga, mirando hacia la cama-. Hablemos bajo, va a dormir muy bien con la aspirina. Yo no me he acostado para nada con Gregorovius.
      -Oh sí que te has acostado.
     -No, Horacio. ¿Por qué no te iba a decir? Desde que te conocí no he tenido otro amante que vos. No me importa si lo digo mal y te hacen reír mis palabras. Yo hablo como puedo, no sé decir lo que siento.
      -Bueno, bueno -dijo aburrido Oliveira, alcanzándole otro mate-. Será que tu hijo te cambia, entonces. Desde hace días estás convertida en lo que se llama una madre.
      -Pero Rocamadour está enfermo.
    -Más bien - dijo Oliveira-. Qué querés, a mi los cambios me parecieron en otro orden. En realidad ya no nos aguantamos demasiado.
      -Vos sos el que no me aguanta. Vos sos el que no aguantás a Rocamadour.
      -Eso es cierto, el chico no entraba en mis cálculos. Tres es mal número dentro de una pieza. Pensar que con Ossip ya somos cuatro, es insoportable.
      -Ossip no tiene nada que ver.
    -Si calentaras la pavita -dijo Oliveira.
      -No tiene nada que ver -repitió la Maga-. ¿Por qué me hacés sufrir, bobo? Ya sé que estás cansado, que no me querés más. Nunca me quisiste, era otra cosa una manera de soñar. Andate, Horacio, no tenés por qué quedarte. A mi ya me ha pasado tantas veces... Miró hacia la cama. Rocamadour dormía.
      -Tantas veces -dijo Oliveira, cambiando la yerba-. Para la autobiografía sentimental sos de una franqueza admirable. Que lo diga Ossip. Conocerte y oír enseguida la historia del negro es todo uno.
      -Tengo que decirlo, vos no comprendés.
      -No lo comprenderé, pero es fatal.
      -Yo creo que tengo que decirlo aunque sea fatal. Es justo que uno le diga a un hombre como ha vivido, si lo quiere. Hablo de vos, no de Ossip. Vos me podías contar o no de tus amigas, pero tenía que decirte todo. Sabés, es la única manera de hacerlos irse antes de empezar a querer a otro hombre, la única manera de que pasen al otro lado de la puerta y nos dejen a los dos solos en la pieza.
     -Una especie de ceremonia expiatoria, y por qué no propiciatoria. Primero el negro.
     -Sí -dijo la Maga, mirándolo-. Primero el negro. Después Ledesma.
     -Después Ledesma, claro.
     -Y los tres del callejón, la noche de carnaval.
     -Por delante -dijo Oliveira, cebando el mate.
     -Y monsieur Vincent, el hermano del hotelero.
     -Por detrás.
     -Y un soldado que lloraba en un parque..
     -Por delante.
     -Y vos. 
     -Por detrás. Pero eso de ponerme a mi en la lista estando yo presente es como una confirmación de mis lúgubres premoniciones. En realidad la lista completa se la habrás tenido que recitar a Gregorovius.
      La Maga revolvía la bombilla. Había agachado la cabeza y todo el pelo le cayó de golpe sobre la cara, borrando la expresión que Oliveira había espiado con aire indiferente.

        Después fuiste la amiguita
        de un viejo boticario,
        y el hijo de un comisario
        todo el vento te sacó...

      Oliveira canturreaba el tango. La Maga chupó la bombilla y se encogió de hombros, sin mirarlo. -Pobrecita-, pensó Oliveira. Le tiró un manotón al pelo, echándoselo para atrás brutalmente como si corriera una cortina. La bombilla hizo ruido seco entre los dientes.
      -Es casi como si me hubieras pegado -dijo la Maga, tocándose la boca con los dedos que temblaban-. A mi no me importa, pero...
      -Por suerte te importa -dijo Oliveira-.. Si no me estuvieras mirando así te despreciaría. Sos maravillosa, con Rocamadour y todo.
      -De qué me sirve que me digas eso.
       -A mi me sirve.
      -Si, a vos te sirve. A vos todo te sirve para lo que andás buscando.
      -Querida -dijo gentilmente Oliveira-, las lágrimas estropean el gusto de la yerba, es sabido.
      -A lo mejor también te sirve que yo llore.
      -Si, en la medida en que me reconozco culpable.
      -Andáte, Horacio, va a ser lo mejor.
      -Probablemente. Fijáte, de todas maneras, que si me voy ahora cometo algo que se parece casi al heroísmo, es decir que te dejo solo, sin plata y con tu hijo enfermo.
      -Sí -dijo la Maga sonriendo homéricamente entre lágrimas-. Es casi heroico, cierto.
      -Y como disto de ser un héroe, me parece mejor quedarme hasta que sepamos a qué atenernos, como dice mi hermano con su bello estilo.
      -Entonces quedáte.
      -¿Pero vos comprendés cómo y por qué renuncio a ese heroísmo?
      -Si, claro.
      -A ver, explicá por qué no me voy.
      -No te vas porque sos bastante burgués y tomás en cuenta que pensarían Ronald y Babs y los otros amigos.
      -Exacto. Es bueno que veas que vos no tenés nada que ver en mi decisión. No me quedo por solidaridad ni por lástima ni porque hay que darle la mamadera a Rocamadour. Y mucho menos porque vos y yo tengamos todavía algo en común.
      -Sos tan cómico a veces -dijo la Maga.<
      -Por supuesto -dijo Oliveira-. Bob Hope es una mierda al lado mío.
      -Cuando decís que ya no tenemos nada en común, ponés la boca de una manera...
      -Un poco así, ¿verdad?
      -Si, es increíble(...)


...```````````````...````````````````````..````````...

Capítulo 20. (Fragmento)
JC














I don't know
  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

...entre las hojas miran...








  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

Adverbiosa: resultado de la locura investigativa de CL

Acabo de terminar, luego de muchas lecturas, análisis y divagaciones mi presentación sobre comprensión lectora para SM. Qué difícil es tratar de plasmar en unas cuantas diapositivas el conocimiento empírico, teórico y práctico adquirido por años. Es más, en instancias como esta, te das cuenta que de tanto que crees saber, nada sabes. En realidad, la sabiduría y el conocimiento son tan efímeros, tan cambiantes y tan vagos que, de un momento a otro, eso que creías tan conocido se hace a la luz tan desconocido, tan complicado, se desvanece como se va la mañana, y aunque ahora está ahí, en un segundo ya no lo está.

El lenguaje es tan complicadamente extraordinario de entender y explicar, lo mismo que las relaciones humanas en general. Empero, estas últimas, son tan subjetivamente imcomprensibles que, al final la analogía no tiene ni pies ni cabeza.

En fin, Isabel Solé me volvió loca, no sé si más o menos loca que siempre, pero con mi competencia literaria totalmente embrollada.

Esperemos que mañana en la exposición que debo hacer allá en la editorial todo salga bien no mah'. Por ahí alguien me dijo: no seas tan perfeccionista, explícalo como sabes, como me lo estás diciendo. Bueno, y he ahí el problema, es que de silenciar ya no sé como explicar lo que quiero y siento... al decir. 

¡Qué manera de usar adverbios,eso demuestra lo rallada que quedè con esta custione' de investigación!
  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS


















Eso... simplemente eso. Although it does not matter...
  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS
  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

(Des-tiempo)

2.45 AM: se despierta exaltada por un sueño que, más que soñar, le significó un cúmulo de moquilleos adormilados.
4.00 AM: no puede dormir. Llega al extremo de permitir a las ovejas aparecer en una nube, saltando felices en un corral. Esquizoide situación, al borde de la penumbra.

10.30 AM: un mensaje al moderno-saca-foto-recibe-llamadas. ¡La hora pasó volando y el encuentro era a las 11.30! Llama, lo atrasa. 
10.40 AM: embrollo de pares y ancianidades. Puteadas para el mundo, recordando hasta al hombre prehistórico que alguna vez escuchó en los libros de Historia.
11.00 AM: pena mezclada con rabia.
11.05 AM: resignación y calma. Gotitas de flores en las pupilas gustativas. 

12.00 PM: Mandarina en el médico de bicicletas, reclamo cicletero por no pasear todos los días.
12.15 PM: Freddy girasolina al volante. Canción del momento: "Ayer" de Santos Dumont.
13.00 PM: Llegada al parque. Linda rucia esperando junto con un canil café con leche.
13.05 PM a 15.30 PM: cháchara y más cháchara. Se esclarecen ideas, se dejan volar y aparecer los pensamiento y la lluvia personal. Por un momento confusión. Agradecimiento, se suelta el nudo. Nada se comprende, menos el vuelo.
15.45 PM: pedaleo amigoso. Nenas en Mandi, una al volante, otra emparrillada. De pronto una casa, "no sí, no". Zigzagueo y cuasi caída. Algo tan normal en esta ensoñadora cicletada.
15.50 PM: abrazo, despedida. Fotos típicas. "Estoy gorda, el pelo raro. No, mejor que no".
15.55 a 16.30: vuelta. Hacer consciente lo conversado. Extrañando a morir aquello. ¡Mierda, mierda, carajo! Momento de odio, segundos. Gracias, gracias, gracias.

16.40 PM: nada, hay nada...si lo hay... 난 널 사랑해






















  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS
Y si estás limpiando tu cerebro, borrando historias y olvidando... ¿para qué sigues entrando a este lugar, mi hogar virtual?
  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

La jardinera



Para olvidarme de ti, 
Voy a cultivar la tierra, 
En ella espero encontrar, 
Remedio para mi pena. 
Aquí plantaré el rosal, 
De las espinas más gruesas, 
Tendré lista la corona, 
Para cuando en mi te mueras. 

Para mi tristeza violeta azul, 
Clavelina roja pa' mi pasión, 
Y para saber si me corresponde, 
Deshojo un blanco manzanillón. 
Si me quiere mucho, poquito o nada, 
Tranquilo queda mi corazón. 

Creciendo irá poco a poco, 
Los alegres pensamientos, 
Cuando ya estén florecidos, 
Irán lejos tu recuerdos. 
De la flor de la amapola, 
Seré su mejor amiga, 
La pondré bajo la almohada, 
Para dormirme tranquila. 


Para mi tristeza violeta azul, 
Clavelina roja pa' mi pasión, 
Y para saber si me corresponde, 
Deshojo un blanco manzanillón. 
Si me quiere mucho, poquito o nada, 
Tranquilo queda mi corazón. 
  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

Manojo de llaves perdido

Al caminar, tapado en sueños, encontró un manojo de llaves que permitía abrir el infinito. Algo así como un juego de rayuela al más allá. Abrió la puerta (con-mucho-cuidado) y lo que encontró dejó sus ojos bajo un efecto fulgurante. Dicotomía diacrónica.

Con el paso de los días, el manojo de llaves desapareció de la nada. Los buscó entre las piedras, por sobre los ríos y en algún sitio de su casa bosqueada. Pero no, ya no estaba. Pena cronopiana, mezclada con alegría alloronada.

De tanto buscar, una tarde, decidió que ya no podía permitirse parir el tiempo como un des-tiempo. Fue así como optó por adentrarse en el camino siguiente, dar gracias por lo vivido y comenzar un nuevo sendero, con nuevas hojas... bajo un cielo paralelo.
  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS


el viento hará brillar 
las llaves de una puerta que ya esta 
abierta de par en par... 
  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

.

A Oliveira le gustaba hacer el amor con la Maga porque nada podía ser más importante para ella y al mismo tiempo, de una manera difícilmente comprensible, estaba como por debajo de su placer, se alcanzaba en él un momento y por eso se adhería desesperadamente y lo prolongaba, era como un despertar y conocer su verdadero nombre, y después recaía en una zona siempre un poco crepuscular que encantaba a Oliveira temeroso de perfecciones, pero la Maga sufría de verdad cuando regresaba a sus recuerdos y a todo lo que oscuramente necesitaba pensar y no podía pensar, entonces había que besarla profundamente, incitarla a nuevos juegos, y la otra, la reconciliada, crecía debajo de él y lo arrebataba, se daba entonces como una bestia frenética, los ojos perdidos y las manos torcidas hacia adentro, mítica y atroz como una estatua rodando por una montaña, arrancando el tiempo con las uñas, entre hipos y un ronquido quejumbroso que duraba interminablemente. Una noche le clavó los dientes, le mordió el hombro hasta sacarle sangre porque él se dejaba ir de lado, un poco perdido ya, y hubo un confuso pacto sin palabras, Oliveira sintió como si la Maga esperara de él la muerte, algo en ella que no era su yo despierto, una oscura forma reclamando una aniquilación, la lenta cuchillada boca arriba que rompe las estrellas de la noche y devuelve el espacio a las preguntas y a los terrores. Sólo esa vez, descentrado como un matador mítico para quien matar es devolver el toro al mar y el mar al cielo, vejó a la Maga en una larga noche de la que poco hablaron luego, la hizo Pasifae, la dobló y la usó como un adolescente, la conoció y le exigió las servidumbres de la más triste puta, la magnificó a constelación, la tuvo entre los brazos oliendo a sangre, le hizo beber el semen que corre por la boca como desafío al Logos, le chupó la sombra del vientre y de la grupa y se la alzó hasta la cara para untarla de sí misma en esa última operación de conocimiento que sólo el hombre puede dar a la mujer, la exasperó con piel y pelo y baba y quejas, la vació hasta lo último de su fuerza magnífica, la tiró contra una almohada y la sábana y la sintió llorar de felicidad contra su cara que un nuevo cigarrillo devolvía a la noche del cuarto y del hotel.

Más tarde a Oliveira le preocupó que ella se creyera colmada, que los juegos buscaran ascender a sacrificio. Temía sobre todo la forma más sutil de la gratitud que se vuelve cariño canino; no quería que la libertad, única ropa que le caía bien a la Maga, se perdiera en una feminidad diligente. Se tranquilizó porque la vuelta de la Maga al plano del café negro y la visita al bidé se vio señalada por la recaída en la peor de las confusiones,maltratada de absoluto durante esa noche, abierta a una porosidad de espacio que late y se expande, sus primeras palabras de este lado tenían que azotarla como látigos, y su vuelta al borde de la cama, imagen de una consternación progresiva que busca neutralizarse con sonrisas y una vaga esperanza, dejó particularmente satisfecho a Oliveira. Puesto que no la amaba, puesto que el deseo cesaría (porque no la amaba, y el deseo cesaría), evitar como la peste toda sacralización de los juegos. Durante días, durante semanas, durante algunos meses, cada cuarto de hotel y cada plaza, cada postura amorosa y cada amanecer en un café de los mercados: circo feroz, operación sutil y balance lúcido. Se llegó así a saber que la Maga esperaba verdaderamente que Horacio la matara, y que esa muerte debía ser de fénix, el ingreso al concilio de los filósofos, es decir a las charlas del Club de la Serpiente: la Maga quería aprender, quería ins-truir-se. 

Horacio era exaltado, llamado, concitado a la función del sacrificador lustral, y puesto que casi nunca se alcanzaban porque en pleno diálogo eran tan distintos y andaban por tan opuestas cosas (y eso ella lo sabía, lo comprendía muy bien), entonces la única posibilidad de encuentro estaba en que Horacio la matara en el amor donde ella podía conseguir encontrarse con él, en el cielo de los cuartos de hotel se enfrentaban iguales y desnudos y allí podía consumarse la resurrección del fénix después que él la hubiera estrangulado deliciosamente, dejándole caer un hilo de baba en la boca abierta, mirándola extático como si empezara a reconocerla, a hacerla de verdad suya, a traerla de su lado.


Capítulo 5 (Fragmento)
JC

OoOoOoOOoOoOoOoOoOOoOoOoOoOOoOoOoOooooOo





























eso, un hilo de  alguna cosa...

  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

...(...)...(...)...(...)...(...)

 Hay ríos metafísicos. Sí, querida, claro. Y vos estarás cuidando a tu hijo, llorando de a ratos, y aquí ya es otro día y un solo amarillo que no calienta. J`habite à Saint-Germain-des-Prés, et chaque soir j’ai rendez-vous avec Verlaine. / Ce gros pierrot n`a pas changé, et pour ocurrir le guilledou... Por veinte francos en la ranura Leo Ferré te canta sus amores, o Gilbert Bécaud, o Guy Béart. Allá en mi tierra: Si quiere ver la vida color de rosa / Eche veinte centavos en la ranura... A lo mejor encendiste la radio (el alquiler vence el lunes que viene, tendré que avisarte) y escuchás música de cámara, probablemente Mozart, o has puesto un disco muy bajo para no despertar a Rocamadour. Y me parece que no te das demasiado cuenta de que Rocamadour está muy enfermo, terriblemente débil y enfermo, y que lo cuidarían mejor en el hospital. Pero ya no te puedo hablar de esas cosas, digamos que todo se acabó y que yo ando por ahí vagando, dando vueltas, buscando el norte, el sur, si es que lo busco. Si es que lo busco. Pero si no lo buscara, ¿qué es esto? Oh mi amor, te extraño, me dolés en la piel, en la garganta, cada vez que respiro es como si el vacío me entrara en el pecho donde ya no estás.
Toi dice Crevel toujours prèt à grimper les cinq étages des pythonisses faubouriennes, qui ouvrent grandes les portes du futur...

    Y por que no, por qué no había de buscar a la Maga, tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, el arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y oliva que flota sobre el río que dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, nos íbamos por ahí a la caza de sombras, a comer papas fritas al Faubourg St. Denis, a besarnos junto a las barcazas del canal Saint-Martin. Con ella yo sentía crecer un aire nuevo, los signos fabulosos del atardecer o esa manera como las cosas se dibujaban cuento estábamos juntos y en las rejas de la Cour de Rohan los vagabundos se alzaban al reino medroso y alunado de los testigos y los jueces... Por qué no había de amar a la Maga y poseerla bajo decenas de cielos rasos a seiscientos francos, en camas con cobertores deshilachados y rancios, si en esa vertiginosa rayuela, en esa carrera de embolsados yo me reconocía y me nombraba, por fin y hasta cuándo salido del tiempo y sus jaulas con monos y etiquetas, de sus vitrinas Omega Electron Girard Perregaud Vacheron & Constantain marcando las horas y los minutos de las sacrosantas obligaciones castradoras, en un aire donde las últimas ataduras iban cayendo y el placer era espejo de reconciliación, espejo para alondras pero espejo, algo como un sacramento de ser a ser, danza en torno al arca, avance del sueño boca contra boca, a veces sin desligarnos, los sexos unidos y tibios, los brazos como guías vegetales, las manos acariciando aplicadamente un muslo, un cuello...
Tu t`accorches à des histories dice Crevel. Tu ètreins des mots...

No, viejo, eso se hace más bien del otro lado del mar, que no conocés. Hace rato que no me acuesto con las palabras. Las sigo usando, como vos y como todos pero las cepillo muchísimo antes de ponérmelas.

Capítulo 21. (Fragmento)
JC

G********************************************************a***********************************************************H


































¿Existirá algùn rincón en el universo donde las imposibilidades de tanto no ser posibles se vuelvan palpables? I don't know, I don't know, I don't know, I don't know, I don't know, I don't know, I don't know, I don't know, I don't kno, I don't kn, I don't k, I don't, I don', I don, I do, I d, I, ...
  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

(...)...(...)

Le habló de todo eso a la Maga, que se había despertado y se acurrucaba contra él maullando soñolienta. La Maga abrió los ojos, se quedó pensando.
Vos no podrías dijo. Vos pensás demasiado antes de hacer nada.



Parto del principio de que la reflexión debe preceder a la acción, bobalina.

Partís del principio dijo la Maga. Qué complicado. Vos sos como un testigo, sos el que va al museo y mira los cuadros. Quiero decir que los cuadros están ahí y vos en el museo, cerca y lejos al mismo tiempo. Yo soy un cuadro, Rocamadour es un cuadro. Etienne es un cuadro, esta pieza es un cuadro. Vos creés que estás en esta pieza pero no estás. Vos estás mirando la pieza, no estás en la pieza.



Esta chica lo dejaría verde a Santo Tomás -dijo Oliveira.

¿Por qué Santo Tomás? dijo la Maga. ¿Ese idiota que quería ver para creer?



Sí, querida dijo Oliveira, pensando que en el fondo la Maga había embocado el verdadero santo. Feliz de ella que podía creer sin ver, que formaba cuerpo con la duración, el continuo de la vida. Feliz de ella que estaba dentro de la pieza, que tenía derecho de ciudad en todo lo que tocaba y convivía, pez río abajo, hoja en el árbol, nube en el cielo, imagen en el poema. Pez, hoja, nube, imagen: exactamente eso, a menos que...

Capítulo 3 (Fragmento)
JC

ooooooooooooOOOOOOOOOOOOOOOooooooooooooooOOOOOOOOOOOO

















Mi relectura de Rayuela se resume en un par de cosas:

Uno. Odio leer en el computador, pero es la opción de la vida o por lo menos lo que hay.

Dos. Me siento una idiota dando curso a una pseudo-historia que solo tiene un cara lunar, pues así como se han dado las cosas, el tiempo va acrecentando mi hipótesis que desde a otra orilla nunca se divisó la inmensidad del mar.

Tres. Tengo el pecho y el corazón apretados porque de Loca de Patio pasé a sentirme parte de este discurso narrativo tan perfectamente creado.

Cuatro. Hoy es 1 o 31 (depende de la lupa que se utilice) y por fin estas situaciones, venidas y reprimidas, ocultas celosamente en esa musculatura con tamaño manual, pudieron, aunque por unos breves minutos, salir al exterior en forma de goterones invernales.

Cinco. Tontamente dije que me sentaría a mirar el horizonte por un mes, de manera de esperar tranquilamente la consecución, aclaración o por lo menos un... pero creo que después de todo, soy la única que llegó a pensar en esto. La acción - reacción en este caso era algo que no debía ser esperada, porque de todas las cosas del mundo, la menos prioritaria era yo, llegando a ser incluso tan fácil cerrar - volar - meter - sacar - burlarse - liberarse - en"semen"tar. Por lo tanto, y como dice la canción: ... y aunque no lo quiera, ¿qué duda cabe ya? Este mundo va...


Seis.... ya no hay seis...

  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

...

Crevel desconfía y lo comprendo. Entre la Maga y yo crece un cañaveral de palabras, apenas nos separan unas horas y unas cuadras y ya mi pena se llama pena, mi amor se llama mi amor... Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose solapados a la cosa en sí, al presente puro, entristeciéndonos o aleccionándonos vicariamente hasta que el propio ser se vuelve vicario, la cara que mira hacia atrás abre grandes los ojos, la verdadera cara se borra poco a poco como en las viejas fotos y Jano es de golpe cualquiera de nosotros. Todo esto se lo voy diciendo a Crevel pero es con la Maga que hablo, ahora que estamos tan lejos. Y no le hablo con las palabras que sólo han servido para no entendernos, ahora que ya es tarde empiezo a elegir otras, las de ella, las envueltas en eso que ella comprende y que no tiene nombre, auras y tensiones que crispan el aire entre dos cuerpos y llenan de polvo de oro una habitación o un verso. ¿Pero no hemos vivido así todo el tiempo, lacerándonos dulcemente? No, no hemos vivido así, ella hubiera querido pero una vez más yo volví a sentar el falso orden que disimula el caos, a fingir que me entregaba a una vida profunda de la que sólo tocaba el agua terrible con la punta de pie. Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impuso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es un orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en perjuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, déjame entrar, déjame ver algún día como ven tus ojos.

Capítulo 21, Rayuela
JC

_________________________oOOo___________________________oOOo__________


























  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

Segundo encuentro con un tren

Por segunda vez en la vida, hoy, tuve un encuentro literalmente cercano con un tren. Por no más de 10 centrímetros, me salvé que mi cabeza volara al ser empujada por la locomotora, o en su defecto, por el Metro de Valparaíso mismo. Sepa usted que no fue ningún intento de irme de pronto volando hacia no sé dónde, sino simplemente las ganas de plasmar una situación en un foco óptico. 

Mis ojos cerrados, esperando el click (durante el último mes, esa cosita de los click ha marcado mi vida hasta decir basta) solo sentí la ráfaga de viento y un bocinazo tan fuerte que me hizo abrir los ojos. Cuando los abrí, no podía creer lo que estaba viendo: un tren a alta velocidad pasando al lado de mi cabeza, a menos de una mano cerrada. Un amigo moreno que de pronto se volvió blanco y yo, estupefacta un par de segundos y luego con tiritones y un miedo que no puedo explicar, sensación tan similarmente tétrica como hace años atrás, cuando también por un bocinazo, esta loca de patio se salvó de un tren.


  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

Mi-tú-Rayuela

¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.
Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a viejos portales en el ghetto del Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sebastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aun así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pinto o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allá lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkiria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu'en hiver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movió, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos.

¿Qué venía yo a hacer al Pont des Arts? Me parece que ese jueves de diciembre tenía pensado cruzar a la villa derecha y beber vino en el cafecito de la rue des Lombards donde madame Leonie me mira la palma de la mano y me anuncia viajes y sorpresas. Nunca te llevé a que madame Leonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro. De manera que nunca te llevé a que madame Leonie, Maga; y sí, porque me lo dijiste, que a vos no te gustaba que yo te viese entrar en la pequeña librería de la rue de Verneuil, donde un anciano agobiado haca miles de fichas y sabe todo lo que puede saberse sobre historiografía. Ibas allá a jugar con un gato, y el viejo te dejaba entrar y no te hacía preguntas, contento de que a veces le alcanzaras algún libro de los estantes más altos. Y te calentabas en su estufa de gran caño negro y no te gustaba que yo supiera que ibas a ponerte al lado de esa estufa. Pero todo esto había que decirlo en su momento, solo que era difícil precisar el momento de una cosa, y aun ahora, acodado en el puente, viendo pasar una pinaza color borra vino, hermosísima como una gran cucaracha reluciente de limpieza, con una mujer de delantal blanco que colgaba ropa en un alambre de la proa, mirando sus ventanillas pintadas de verde con cortinas Hansel y Gretel, aun ahora, Maga, me preguntaba si este rodeo tenía sentido, ya que para llegar a la rue des Lombards me hubiera convenido más cruzar el Pont Saint-Michel y el Pont au Change. Pero si hubieras estado ahí esa noche, como tantas otras veces, yo habría sabido que el rodeo tenía un sentido, y ahora en cambio envilecía mi fracaso llamándolo rodeo. Era cuestión, después de subirme el cuello de la canadiense, de seguir por los muelles hasta entrar en esa zona de grandes tiendas que se acaba en el Chatelet, pasar bajo la sombra violeta de la Tour Saint-Jacques y subir por mi calle pensando en que no te había encontrado y en madame Leonie.

Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven. Sé que salías de un café de la rue du Cherche-Midi y que nos hablamos. Esa tarde todo anduvo mal, porque mis costumbres argentinas me prohibían cruzar continuamente de una vereda a otra para mirar las cosas más insignificantes en las vitrinas apenas iluminadas de unas calles que ya no recuerdo. Entonces te seguía de mala gana, encontrándote petulante y malcriada, hasta que te cansaste de no estar cansada y nos metíamos en un café del Boul Mich y de golpe, entre dos medialunas, me contaste un gran pedazo de tu vida.

Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero, un Figari con violetas de anochecer, con caras lívidas, con hambre y golpes en los rincones. Más tarde te creí, más tarde hubo razones, hubo madame Leonie que mirándome la mano que había dormido con tus senos me repitió casi tus mismas palabras. "Ella sufre en alguna parte. Siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente el Pont des Arts." (Una pinaza color borra vino, Maga, y por qué no nos habremos ido en ella cuando todavía era tiempo.)

Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente. Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos, y entonces primero cosas como estrellas amarillas (moviéndose en una jalea de terciopelo), luego saltos rojos del humor y de las horas, ingreso paulatino en un mundo - Maga que era la torpeza y la confusión pero también helechos con la firma de la arena Klee, el circo Miró, los espejos de ceniza Vieira da Silva, un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un alfil. Y entonces en esos días íbamos a los cine-clubs a ver películas mudas, porque yo con mi cultura, no es cierto, y vos pobrecita no entendías absolutamente nada de esa estridencia amarilla convulsa previa a tu nacimiento, esa emulsión estriada donde corrían los muertos; pero de repente pasaba por ahí Harold Lloyd y entonces te sacudías el agua del sueño y al final te convencías de que todo había estado muy bien, y que Pabst y que Fritz Lang. Me hartabas un poco con tu manía de perfección, con tus zapatos rotos, con tu negativa a aceptar lo aceptable. Comíamos hamburgers en el Carrefour de l'Odeon, y nos íbamos en bicicleta a Montparnasse, a cualquier hotel a cualquier almohada. Pero otras veces seguíamos hasta la Porte d'Orleans, conocíamos cada vez mejor la zona de terrenos baldíos que hay más allá del Boulevard Jourdan, donde a veces a medianoche se reunían los del club de la Serpiente pare hablar con un vidente ciego, paradoja estimulante. Dejábamos las bicicletas en la calle y nos internábamos de a poco, parándonos a mirar el cielo porque esa es una de las pocas zonas de París donde el cielo vale más que la sierra. Sentados en un montón de basuras fumábamos un rato, y la Maga me acariciaba el pelo o canturreaba melodías ni siquiera inventadas, melopeyas absurdas cortadas por suspiros o recuerdos. Yo aprovechaba para pensar en cosas inútiles, método que había empezado a practicar años atrás en un hospital y que cada vez me parecía más fecundo y necesario. Con un enorme esfuerzo, reuniendo imágenes auxiliares, pensando en olores y caras, conseguía extraer de la nada un par de zapatos marrones que había usado en Olavarría en 1940. Tenían tacos de goma, suelas muy fines, y cuando llovía me entraba el agua hasta el alma. Con ese par de zapatos en la mano del recuerdo, el resto venía solo: la cara de doña Manuela, por ejemplo, o el poeta Ernesto Morroni. Pero los rechazaba porque el juego consistía en recobrar tan solo lo insignificante, lo in ostentoso, lo perecido. Temblando de no ser capaz de acordarme, atacado por la polilla que propone la prórroga, imbécil a fuerza de besar el tiempo, terminaba por ver al lado de los zapatos una latita de Té Sol que mi madre me había dado en Buenos Aires. Y la cucharita pare el té, cuchara-ratonera donde las lauchitas negras se quemaban vivas en la taza de agua lanzando burbujas chirriantes. Convencido de que el recuerdo lo guarda todo y no solamente a las Albertinas y a las grandes efemérides del corazón y los rincones, me obstinaba en reconstruir el contenido de mi mesa de trabajo en Floresta, la cara de una muchacha irrecordable llamada Gekrepten, la cantidad de plumas cucharita que había en mi caja de útiles de quinto grado, y acababa temblando de tal manera y desesperándome (porque nunca he podido acordarme de esas plumas cucharita, sé que estaban en la caja de útiles, en un compartimiento especial, pero no me acuerdo de cuántas eran ni puedo precisar el momento justo en que debieron ser dos o seis), hasta que la Maga, besándome y echándome en la cara el humo del cigarrillo y su aliento caliente, me recobraba y nos reíamos, empezábamos a andar de nuevo entre los montones de basura en busca de los del club. Ya para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas. Con la Maga hablábamos de pata física hasta cansarnos, porque a ella también le ocurría (y nuestro encuentro era eso, y tantas cosas oscuras como el fósforo) caer de continuo en las excepciones, verse metida en casillas que no eran las de la gente, y esto sin despreciar a nadie, sin creernos Maldorores en liquidación ni Melmoths privilegiadamente errantes. No me parece que la luciérnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una de las maravillas más fenomenales de este circo, y sin embargo baste suponerle una conciencia para comprender que cada vez que se le encandila la barriguita el bicho de luz debe sentir como una cosquilla de privilegio. De la misma manera a la Maga le encantaban los líos inverosímiles en que andaba metida siempre por causa del fracaso de las leyes en su vida. Era de las que rompen los puentes con solo cruzarlos, o se acuerdan llorando a gritos de haber visto en una vitrina el décimo de lotería que acaba de ganar cinco millones. Por mi parte ya me había acostumbrado a que me pasaran cosas modestamente excepcionales, y no encontraba demasiado horrible que al entrar en un cuarto a oscuras para recoger un álbum de discos, sintiera bullir en la palma de la mano el cuerpo vivo de un ciempiés gigante que había elegido dormir en el lomo del álbum. Eso, y encontrar grandes pelusas grises o verdes dentro de un paquete de cigarrillos, u oír el silbato de una locomotora exactamente en el momento y el tono necesarios pare incorporarse ex oficio a un pasaje de una sinfonía de Ludwig Van, o entrar a una pissottière de la rue de Medicis y ver a un hombre que orinaba aplicadamente hasta el momento en que, apartándose de su comportamiento, giraba hacia mí y me mostraba, sosteniéndolo en la palma de la mano como un objeto litúrgico y precioso, un miembro de dimensiones y colores increíbles, y en el mismo instante darme cuenta de que ese hombre era exactamente igual a otro (aunque no era el otro) que veinticuatro horas antes, en la Salle de Géographie, había disertado sobre tótems y tabúes, y había mostrado público, sosteniéndolos preciosamente en la palma de la mano, bastoncillos de marfil, plumas de pájaro lira, monedas rituales, fósiles mágicos, estrellas de mar, pescados secos, fotografías de concubinas reales, ofrendas de cazadores, enormes escarabajos embalsamados que hacían temblar de asustada delicia a las infaltables señoras.

En fin, no es fácil hablar de la Maga que a esta hora anda seguramente por Belleville o Pantin, mirando aplicadamente el suelo hasta encontrar un pedazo de género rojo. Si no lo encuentra seguirá así toda la noche, revolverá en los tachos de basura, los ojos vidriosos, convencida de que algo horrible le va a ocurrir si no encuentra esa prenda de rescate, la señal del perdón o del aplazamiento. Sé lo que es eso porque también obedezco a esas señales, también hay veces en que me toca encontrar trapo rojo. Desde la infancia apenas se me cae algo al suelo tengo que levantarlo, sea lo que sea, porque si no lo hago va a ocurrir una desgracia, no a mí sino a alguien a quien amo y cuyo nombre empieza con la inicial del objeto caído. Lo peor es que nada puede contenerme cuando algo se me cae al suelo, ni tampoco vale que lo levante otro porque el maleficio obraría igual. He pasado muchas veces por loco a causa de esto y la verdad es que estoy loco cuando lo hago, cuando me precipito a juntar un lápiz o un trocito de papel que se me han ido de la mano, como la noche del terrón de azúcar en el restaurante de la rue Scribe, un restaurante bacán con montones de gerentes, putas de zorros plateados y matrimonios bien organizados. Estábamos con Ronald y Etienne, y a mí se me cayó un terrón de azúcar que fue a parar abajo de una mesa bastante lejos de la nuestra. Lo primero que me llamó la atención fue la forma en que el terrón se había alejado, porque en general los terrones de azúcar se plantan apenas tocan el suelo por razones paralelepípedas evidentes. Pero este se conducía como si fuera una bola de naftalina, lo cual aumentó mi aprensión, y llegué a creer que realmente me lo habían arrancado de la mano. Ronald, que me conoce, miró hacia donde había ido a parar el terrón y se empezó a reír. Eso me dio todavía más miedo, mezclado con rabia. Un mozo se acercó pensando que se me había caído algo precioso, una Parker o una dentadura postiza, y en realidad lo único que hacía era molestarme, entonces sin pedir permiso me tiré al suelo y empecé a buscar el terrón entre los zapatos de la gente que estaba llena de curiosidad creyendo (y con razón) que se trataba de algo importante. En la mesa había una gorda pelirroja, otra menos gorda pero igualmente putona, y dos gerentes o algo así. Lo primero que hice fue darme cuenta de que el terrón no estaba a la vista y eso que lo había visto saltar hasta los zapatos (que se movían inquietos como gallinas). Para peor el piso tenía alfombra, y aunque estaba asquerosa de usada el terrón se había escondido entre los pelos y no podía encontrarlo. El mozo se tiró del otro lado de la mesa y ya éramos dos cuadrúpedos moviéndonos entre los zapatos-gallina que allá arriba empezaban a cacarear como locas. El mozo seguía convencido de la Parker o el Luis de oro, y cuando estábamos bien metidos debajo de la mesa, en una especie de gran intimidad y penumbra y él me preguntó y yo le dije, puso una cara que era como para pulverizarla con un fijador, pero yo no tenía ganas de reír, el miedo me hacía una doble llave en la boca del estómago y al final me dio una verdadera desesperación (el mozo se había levantado furioso) y empecé a agarrar los zapatos de las mujeres y a mirar si debajo del arco de la suela no estaría agazapado el azúcar, y las gallinas cacareaban, los gallos gerentes me picoteaban el lomo, oía las carcajadas de Ronald y de Etienne mientras me movía de una mesa a otra hasta encontrar el azúcar escondido detrás de una pata Segundo Imperio. Y todo el mundo enfurecido, hasta yo con el azúcar apretado en la palma de la mano y sintiendo como se mezclaba con el sudor de la piel, como asquerosamente se deshacía en una especie de venganza pegajosa, esa clase de episodios todos los días.

Rayuela, capítulo I
JC
 
oOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO 

¿Recordarás en algún momento la mano en los espejos? o ¿ya la otra mano robó mis manos en la pared de espejos?
  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS
Copyright @ [ Sueños en girasoles ] | Floral Day theme designed by SimplyWP | Bloggerized by GirlyBlogger