Sorpresivamente el lápiz dejó su sitio para buscar un nuevo escritorio. Tanto uso lo había dejado casi imperceptible a la mirada de cualquiera, pero él sintiéndose cada vez más fuerte creyó haber vivido el tiempo necesario para dejar aquel lugar y así fue. Tiempos complicados para aquel objeto inanimado por herencia, pero vivo por elección.
No bastaban ya las infinitas escrituras de mano de ese autor de tantos cuentos comenzados y aún por terminar. Necesitaba sentirse realmente útil, deseaba con todo su madero corazón terminar a lo menos una sola historia. Ese es el máximo sueño de todo lápiz que se considere como tal, pensaba.
Recuerdo alguna vez haberlo visto por aquí, entre tantos objetos útiles que confieso he perdido. Quizás en este momento dónde se hallará, pero tengo la certeza que sea donde quisiere estar, algún día sabrá que acabo de cumplir su máximo anhelo: dar fin a un cuento que justamente nació cuando pensaba en él y en su infinito afán de encontrar la inmortalidad a través de las letras y un punto final.
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