En lo oscuro del camino, una luz se visualiza: impenetrable, cristalina y fulgurante. Ella, como siempre, camina absorta con los ojos clavados en el París de las historias que tanto ama, pero en en este momento del tiempo son solo un recuerdo de los instantes de alegre-soledad-en-compañía-propia.
De pronto, sin mediar mayor pensamiento, cruza la boreal ciénaga virtual y... he aquí el resultado: un regreso a su corriente de la conciencia palpada en la escritura, en su espacio, aquel que nunca ha muerto.
¡Voalá!
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