To the mystery of all that you should ever seek to find...

Dejando atrás los alardes infantiles de la situación, Frederic caminó lentamente a la puerta de salida. Un par de veces titubeó frente a lo que podría significar el dejo de la duda ante el abismo de aconteceres aprendidos, pero finalmente cruzó la puerta.

Tras depositar en manojo de llaves inservibles en la reposera de tan peculiar aspecto, tomó con las manos aquel frasco que por más de 10 años usó pero hace un par de tanto había dejado de ver, lo abrió, lo pasó por su cuerpo, recordó aquellas noches de placer orgásmico juvenil, rió a carcajadas, gimió hasta más de poder, habló las palabras más impensadas y, al cabo de unos instantes, logró liberar todos los miedos y culpabilidades acumulados. Todo gracias a su acompañante de tantos días y noches. 

A la mañana siguiente, despertó rodeado de un largo brazo delgado. Tomó un baño, rió y conversó más cosas más absurdas que pueden soñarse a esa hora del día; luego, exigió su café vainillesco (placer-de-placeres) y en el instante, como un acto mágico, se dio cuenta que la carga había estallado al mismo tiempo que el orgasmo contenido desde hace miles.

Con esto se fue el pasado y comenzó el nuevo y perfecto presente. Perdonó las egolatrías, las palabras hirientes y pseudocultas, las falsas formalidades de quien oculta lo inocultable, dio gracias por las alegrías. Con todo esto, preparó un sucedáneo de ensoñaciones entramadamente utópicas y partió, dejando en el metro mañanero a su persona-liberadora que logró sacar de cuajo el difuminado imaginario de la idealización que hace rato había dejado de ser-lo. 

¡Voalá!



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To the mystery of all that you should ever seek to find...

Dejando atrás los alardes infantiles de la situación, Frederic caminó lentamente a la puerta de salida. Un par de veces titubeó frente a lo que podría significar el dejo de la duda ante el abismo de aconteceres aprendidos, pero finalmente cruzó la puerta.

Tras depositar en manojo de llaves inservibles en la reposera de tan peculiar aspecto, tomó con las manos aquel frasco que por más de 10 años usó pero hace un par de tanto había dejado de ver, lo abrió, lo pasó por su cuerpo, recordó aquellas noches de placer orgásmico juvenil, rió a carcajadas, gimió hasta más de poder, habló las palabras más impensadas y, al cabo de unos instantes, logró liberar todos los miedos y culpabilidades acumulados. Todo gracias a su acompañante de tantos días y noches. 

A la mañana siguiente, despertó rodeado de un largo brazo delgado. Tomó un baño, rió y conversó más cosas más absurdas que pueden soñarse a esa hora del día; luego, exigió su café vainillesco (placer-de-placeres) y en el instante, como un acto mágico, se dio cuenta que la carga había estallado al mismo tiempo que el orgasmo contenido desde hace miles.

Con esto se fue el pasado y comenzó el nuevo y perfecto presente. Perdonó las egolatrías, las palabras hirientes y pseudocultas, las falsas formalidades de quien oculta lo inocultable, dio gracias por las alegrías. Con todo esto, preparó un sucedáneo de ensoñaciones entramadamente utópicas y partió, dejando en el metro mañanero a su persona-liberadora que logró sacar de cuajo el difuminado imaginario de la idealización que hace rato había dejado de ser-lo. 

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