Mami Menche...

Te recuerdo caminando por Franklin
más rápido que lo que mis pequeños pies
podían alcanzar.
Llena de bolsas y conocida por todos
en el tan famoso Lampinluz,
lugar donde más de alguna vez
mis padres compraron uno que otro
arfectacto eléctrico,
en tres cómodas cuotas.

Te recuerdos sirviendo
una mesa para más de cincuenta,
buscando un cajón lleno de los más novedosos
cassettes de cumbia
para las pomposas navidades del pasaje.

Tus retos porque nunca hablé mucho
como el resto de mis familiares.
Las llamadas a gritos al Chulai Antonio
cuando se escapaba,
y esas comidas de playa
para todo el regimiento de nietos
que tus hijos te regalaron.

Pues bien,
hoy, mientras miraba tu rostro,
envejecido por el paso del tiempo,
el arduo trabajo desde pequeña
y una vida de más de ochenta años,
recordaba mi vida junto ti
desde que tengo memoria,
Observarte en esa cama de hospital,
frágil, encogida, delgadísima
me devolvió a esos antiguos años

y a pedirle a ese Dios,
que en alguna parte ha de habitar,
que te cuide y proteja mucho más de lo que necesites,
que elimine el sufrimiento de tu rostro
y haga su voluntad de la mejor manera posible.

Somos muchos los que hoy has vuelto a unir,
somos un centenar que cuida de ti de alguna manera,
somos varios los que te queremos bien
para que más tarde que temprano
esas mesas llenas de alegría
vuelvan a existir y ser lo que nunca deberían
haber dejado.

Ya basta de dolor
basta de rostros sufrientes.
Te mereces todo el amor del mundo... y el mejor de todos.

Gracias por enseñarme tanto de la vida
que jamás podré explicar.
Te amo y te quiero
por todos los dioses
bien.

El caminante no-normal que se volvió normal por un cordón

Mientras caminaba a pasos ruidosamente lentejosos, detuvo su andar para abrochar ese molesto conrdón que lo había venido molestando toda su vida de caminante errantemente quieto. El problema se produjo cuando, habiéndose abrochado la cinta hilosa, se dio cuenta que el sentido de su caminata única en la zona había desaparecido y ahora era un hombre citadino más, entre los miles de seres caminantes en la normalidad homogenizante que conforman los cientos de zapatos abrochados de este mundo.

Descripción de una loca de patio

Las manos, instrumentos máximos de construcción de sus acciones, solían tocar los acordes perfectos de una canción en algo perfecta.

Los ojos, reflejos exactos de su mirada, gustaban de observar situaciones que resultaban ser representaciones en algo exactas a la ida real.

Los labios, rojizos hasta la locura, gustaban de pronunciar palabras casi cercanas a la esquizofrenia abominablemente gustosa.

Es así, como la siempre presente oculta loca de patio, con sus manos constructoras, sus ojos miralo-todo y sus labios enajenados, cotidianamente mostrábase perfecta en ocasiones nada-de-correctas y, por el contrario, cuando los embrollos de los otros trataban de hacer su parte en ella, su todo completo-de-incompleta-imperfección, aparecía a través de una risa sarcástica, pero llena de dulzura y pasión (tan ocultamente popular en ella).

Mami Menche...

Te recuerdo caminando por Franklin
más rápido que lo que mis pequeños pies
podían alcanzar.
Llena de bolsas y conocida por todos
en el tan famoso Lampinluz,
lugar donde más de alguna vez
mis padres compraron uno que otro
arfectacto eléctrico,
en tres cómodas cuotas.

Te recuerdos sirviendo
una mesa para más de cincuenta,
buscando un cajón lleno de los más novedosos
cassettes de cumbia
para las pomposas navidades del pasaje.

Tus retos porque nunca hablé mucho
como el resto de mis familiares.
Las llamadas a gritos al Chulai Antonio
cuando se escapaba,
y esas comidas de playa
para todo el regimiento de nietos
que tus hijos te regalaron.

Pues bien,
hoy, mientras miraba tu rostro,
envejecido por el paso del tiempo,
el arduo trabajo desde pequeña
y una vida de más de ochenta años,
recordaba mi vida junto ti
desde que tengo memoria,
Observarte en esa cama de hospital,
frágil, encogida, delgadísima
me devolvió a esos antiguos años

y a pedirle a ese Dios,
que en alguna parte ha de habitar,
que te cuide y proteja mucho más de lo que necesites,
que elimine el sufrimiento de tu rostro
y haga su voluntad de la mejor manera posible.

Somos muchos los que hoy has vuelto a unir,
somos un centenar que cuida de ti de alguna manera,
somos varios los que te queremos bien
para que más tarde que temprano
esas mesas llenas de alegría
vuelvan a existir y ser lo que nunca deberían
haber dejado.

Ya basta de dolor
basta de rostros sufrientes.
Te mereces todo el amor del mundo... y el mejor de todos.

Gracias por enseñarme tanto de la vida
que jamás podré explicar.
Te amo y te quiero
por todos los dioses
bien.
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Mientras caminaba a pasos ruidosamente lentejosos, detuvo su andar para abrochar ese molesto conrdón que lo había venido molestando toda su vida de caminante errantemente quieto. El problema se produjo cuando, habiéndose abrochado la cinta hilosa, se dio cuenta que el sentido de su caminata única en la zona había desaparecido y ahora era un hombre citadino más, entre los miles de seres caminantes en la normalidad homogenizante que conforman los cientos de zapatos abrochados de este mundo.
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Las manos, instrumentos máximos de construcción de sus acciones, solían tocar los acordes perfectos de una canción en algo perfecta.

Los ojos, reflejos exactos de su mirada, gustaban de observar situaciones que resultaban ser representaciones en algo exactas a la ida real.

Los labios, rojizos hasta la locura, gustaban de pronunciar palabras casi cercanas a la esquizofrenia abominablemente gustosa.

Es así, como la siempre presente oculta loca de patio, con sus manos constructoras, sus ojos miralo-todo y sus labios enajenados, cotidianamente mostrábase perfecta en ocasiones nada-de-correctas y, por el contrario, cuando los embrollos de los otros trataban de hacer su parte en ella, su todo completo-de-incompleta-imperfección, aparecía a través de una risa sarcástica, pero llena de dulzura y pasión (tan ocultamente popular en ella).

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