Comilona gatuna

¡Qué entretenido se me hacía! Es que realmente las noches del frío invierno en esta ciudad de múltiples colores, ¡pucha que resultan ser heladas!

Tras un momento observando detenida y pensativa en aquella baranda, escuché a lo lejos un grito que me llamaba. Al principio lejano, pero al cabo de un momento tan fuerte como las olas del mar que tanto me tranquilizan e hipnotizan.

Partí rauda, olvidando el frío que calaba mis bicolores pelos, corriendo por entre los tejados a más de cincuenta kilómetros por hora. Cuando ya estaba cerca mi de habitual ventanal de eterna siesta, encontré mi plato de carne recién salida de la mesa encima, mientras ella en voz alta, pero de manera cariñosa me decía: – Ven, Catita, que la noche es oscura y las buenas gatitas ya tienen la mesa servida -.

Comilona gatuna

¡Qué entretenido se me hacía! Es que realmente las noches del frío invierno en esta ciudad de múltiples colores, ¡pucha que resultan ser heladas!

Tras un momento observando detenida y pensativa en aquella baranda, escuché a lo lejos un grito que me llamaba. Al principio lejano, pero al cabo de un momento tan fuerte como las olas del mar que tanto me tranquilizan e hipnotizan.

Partí rauda, olvidando el frío que calaba mis bicolores pelos, corriendo por entre los tejados a más de cincuenta kilómetros por hora. Cuando ya estaba cerca mi de habitual ventanal de eterna siesta, encontré mi plato de carne recién salida de la mesa encima, mientras ella en voz alta, pero de manera cariñosa me decía: – Ven, Catita, que la noche es oscura y las buenas gatitas ya tienen la mesa servida -.

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